El encanto
de los pueblos pequeños (San Miguel, Cajamarca, Perú)
La siguiente reflexión es general, el contenido tiene significado
personal para un caso concreto, el pueblo de San Miguel, Cajamarca, Perú;
por ello sugiero que cada uno realice su propio viaje y se ubique en su
pueblo, en su ciudad, que reconstruya a su manera su “mundo de recuerdos”.
Para algunos, especialmente los que viven en una urbe o una gran ciudad,
y visitan un pueblo pequeño, éste es aburrido, desprovisto de encantos,
limitado, se puede recorrer totalmente en unos minutos y luego hay que
regresar pues no existen las diversiones o perversiones de una gran
ciudad. Esta percepción es válida para quien busca solo saturarse con
sensaciones y emociones superficiales, que saturen al espíritu, aunque no
queden recuerdos significativos. Para los que nacieron y crecieron en una gran
ciudad, también ésta tiene sus encantos, pero en otra magnitud y formas
múltiples.
Para los que nacieron y crecieron en un pueblo pequeño, la amplitud
geográfica es secundaria, lo que importa es la grandeza espiritual, moral,
evocadora. Cuando por circunstancias de la vida se debe vivir, trabajar,
sufrir, gozar amar, tener familia en una gran urbe, el retorno al pueblo
natal es una ocasión para la renovación total del espíritu.
El pueblo siempre es pequeño, pero ahora se recorre o camina por sus
calles con la mayor lentitud posible tratando de captar con el recuerdo las imágenes
de la niñez, buscando en cada rostro conocido, cada rincón, cada puerta, cada
ventana, cada sonido, cada olor, cada ruido, y hasta el ladrido de un perro. Todo
lo que se evoca tiene algún significado.
Todos estos eventos forman una especie de película que se proyecta en el
escenario de nuestro espíritu, la energía proviene de nuestro corazón, el
tiempo de duración de la película es tan largo como nuestra voluntad lo decida.
La gran evocación general proviene de la vista del pueblo completo.
El panorama nos trae a la memoria toda la vida, todas las ocurrencias,
todas las experiencias.
Luego, los detalles del pueblo, la plaza de armas, sus
elementos icónicos como la Iglesia, la escuela donde estudiamos, cada
esquina, nos trasladan a situaciones más concretas, más íntimas, más
personales, más intensas.
El paisaje alrededor del pueblo es parte de la huella inmaterial del
recuerdo. Nadie vivió solamente entre las calles, todos salieron a disfrutar el
paisaje y cuando éste es rico en emociones imágenes, aromas, mayor es la
posibilidad de tener en la memoria un caudal inagotable de sensaciones
agradables.
Correr por los campos verdes cuando los maizales están en pleno proceso
maduración, cuando las flores que abundan en el mes de mayo convierten la
tierra en un gigantesco lienzo que no podría representarlo con fidelidad ni el
más eximio artista. Llenar la vista y los demás sentidos y el espíritu de
color, sonidos de la naturaleza, aromas, sol, lluvia, barro; es en cierto modo,
conocer un anticipo del cielo, y por eso es otra actividad grata que se
repite también cuando se regresa.
Ya no está la misma gente, los amigos o compañeros de travesuras,
tal vez hasta haya desparecido algún camino o lugar secreto para aventuras
infantiles, pero la mente tiene el poder mágico de traerlos a la vida o
reconstruir nuestros “lugares o escondites mágicos”.
Luego, antes de volver, una última mirada para reforzar los recuerdos,
como si se guardara nuevamente los juguetes favoritos en la caja hasta la
siguiente oportunidad, como ordenando el
universo de recuerdos. Como decir “hasta luego” al mundo que dejamos atrás,
pero que mantenemos en la memoria, y solo necesitamos el retorno para mejorar
algunos detalles en el recuerdo.